#30 En blanco

A Alisa, por verme con los ojos de hoy

– ¿Jota?

Me volví lentamente para ver su expresión preocupada. Todavía tenía las llaves en una mano y su jersey en la otra. La había oído entrar pero había hecho como que no, como si no existiera su voz  acongojada en el pasillo pronunciando mi nombre, como si fuera más bonito dejar que me descubriera. Se dirigió directamente a la habitación. La oí venir con pasos suaves porque debía estar temerosa de lo que podía encontrarse, porque todavía piensa que soy capaz de hacer cosas terribles y porque el teléfono ha sonado tantas veces y yo lo he dejado sonar.

-Jota, ¿estás ahí?- preguntó antes de abrir la puerta de mi cuarto.

No me llamó Jota, claro, pero eso no importa. Podría haberme llamado por mi nombre o por el de una ciudad pero da igual, porque lo que importa es que dijo mi nombre y abrió la puerta porque había venido a buscarme. Venía a rescatarme de mi mismo pero eso es porque ella todavía vive hace dos años y piensa que los rayos de luz que cruzan mi habitación, de la ventana al armario, de un lado a otro como en una catedral, son barrotes que me atrapan. Y yo soy como el polvo que baila de rayo en rayo, y desaparece y no existe cuando entra en la sombra, y no puedo salir de la habitación y de la casa porque tengo miedo.

Pero no es cierto, hace años que no es cierto aunque ella no lo sepa y piense que sigo siendo polvo. Para ella estoy aqui sentado, pero yo estoy en un rincón de Budapest donde no se oye el ruído del tráfico y donde no hay barrotes.

– ¿Estás bien?

¿Que le podía decir? Si le contestaba que «sí, estoy perfectamente» no me creería y si le decía que «no», que «estoy mal» tampoco. Es irrelevante: frunciría el ceño y ladearía la cabeza,  dispuesta de nuevo al sempiterno discurso cargado de consejos sobre qué debería o no debería hacer con mi vida, y de nuevo que quizás tuvo valor hace dos años cuando yo era polvo entre dos rayos de luz pero que ahora es un verso perdido en un cementerio, que tiene sentido sobre una lápida como epitafio pero no tiene cabida en un mundo de vivos.

Por eso la miro y en lugar de responder, sonrío.

Ella se acerca unos pasos. No enciende la luz, detalle que le agradezco, porque siempre he sido monstruo de penumbras. En la penumbra verde le di el primer beso, en la penumbra la olvidé, en la penumbra escribo y no escribo, en la penumbra puedo decidir si enciendo las bombillas de casa cuando me apetezca. En la penumbra me encuentra sentado frente al ordenador con una hoja en blanco en la pantalla, la maldición clásica de los juntaletras como yo aunque esta vez es diferente.

– ¿Por eso no contestabas al teléfono?- pregunta atónita -¿Por qué no sabías qué escribir?

-Claro que no- le cuento yo con un suspiro, porque ella todavía está hablando de hace dos años y no lo entiende -La hoja no está en blanco porque no pueda escribir nada. Lo está porque ahora podría escribirlo todo y me estoy deleitando con este momento.

Me mira sorprendida. Quizás esté enfadada y querría estallar de cólera pero le puede el miedo, el terror de pensar que me he convertido en la oscuridad y el silencio de este cuarto. Me mira con los ojos de hace dos años lamentando que me haya vuelto loco, que la soledad me haya devorado y digerido. Yo lamento no poder explicárselo mejor y que lo entienda porque tampóco se como es ella ahora, porque para mi ella es la de hace dos años y no tiene sentido hablarle con una boca desfasada.

Quizás por eso ella se calla, yo me callo, y nos quedamos mirando la página blanca y nos imaginamos, cada uno, lo que el otro escribiría en ella.

~ por Verzo en marzo 3, 2008.

2 respuestas to “#30 En blanco”

  1. Que bien escribes muchacho… :).

    PD: Sé q tenemos un dibu pendiente, pero el reloj me aprieta. Besos.

  2. serán ceniza, mas tendrá sentido
    polvo serán, mas polvo enamorado
    (Quevedo)

    Pd: eso me pregunto yo… donde estará la niña vudú

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